(continuando…) Y entre todas las personas que este año se acercaron a Saint Pierre, me llega una preciosa experiencia que, con permiso de la “sujeta” en cuestión no me resisto a publicar. A veces, el testimonio (que en griego se dice martureo y de ahí deriva nuestra palabra “mártir”) de uno sólo vale para ayudar al corazón de muchos.
“Mi experiencia en Saint Pierre, es pequeña y preciosa. Es la experiencia de la criatura, que descubre la belleza del Creador.
Llegué a Saint Pierre agotada. Agotada de descansar y vivir para mí misma. Estaba llena de mi propio pensamiento y ahí es donde el demonio trabaja a sus anchas. Sabía que necesitaba un encuentro, así que, aprovechando un impulso, me puse en camino hacia Francia.
Hay una cruz que me acompaña desde bien pequeña, es la cruz de la duda. Dios me ha bendecido con una vida llena de experiencias fuertes de Amor, pero también cargada de oscuridad y sequedad. Pero para mí y desde hace ya un tiempo, esta cruz es gloriosa, porque me lleva a Cristo. Esta precariedad me mantiene siempre sedienta y me lleva a lugares como Saint Pierre, donde experimento el Amor Dulcísimo de Dios. Además, es una cruz que me mantiene pequeña, diminuta. Tan poca cosa, que es difícil olvidar que sin Dios, nada soy.
Desde que puse los pies en el monasterio comprendí que estaba en plena comunión con aquella comunidad. Durante los cuatro días que pasé allí, fui vaciándome de todas las cargas que traía de Valencia. Y en la medida en que entraba en el silencio, el Señor me consolaba con su palabra. Me vacié de pensamientos y me llené de palabra de Dios. Y mi corazón quedó desbordado y tranquilo. Con la paz que tienen los que saben que Dios Es.
Además, cuando llegamos al campamento de oración, era la fiesta de la Transfiguración del Señor. Y esto fue lo que yo vi en Francia: a Cristo transfigurado y resplandeciente. Y claro, estuve tentada de decirle al Señor: “Hagamos aquí tres tiendas.”
El último día, fue verdaderamente especial. Durante la eucaristía y después de comulgar, pensé que aquello debía ser muy parecido a estar en el Paraíso. Éramos una gran comunidad en medio de la creación: estaban los consagrados, los pobres que llegaban de Lourdes, los jóvenes, los niños… todos haciendo memoria de Jesucristo; todos alabando a Dios; todos llenos de una alegría verdadera.
¡Claro! Mi corazón estaba tan lleno porque estaba cerca de Aquel que lo ha creado. Él es el único que lo conoce y el único que puede llenar cada hueco, hasta el más escondido. Por esto mi corazón rebosaba y yo no podía parar de llorar. “Sí,el hombre no puede comprender que, cuando el paraíso se derrama en un corazón, este corazón afligido, exiliado, débil y mortal, no lo puede soportar sin llorar.” (Padre Pío)
Acabaré diciendo que tomé la cruz, como no hacerlo. Cómo no comprometerme a estar cerca de Cristo, Es cierto que tomé la cruz con precariedad, pero fue una llamada clara. También para mí fue como decir: Sí, Señor, quiero seguirte. Te quiero seguir porque me amas demasiado y por eso con tu gracia, me abro a ser instrumento de tu Amor.
Bendito sea el Señor que no deja de tener misericordia con este corazón exiliado y pobre.”